En la vertiente sur del Cancho Gordo, y a 1252 metros de altura, nos encontramos con el yacimiento del cerro de la Cabeza, en torno al cual no son muchas las afirmaciones que se pueden hacer, dado que hasta el momento no se ha hecho ningún trabajo serio de prospección, al igual que acontece con el Cancho Gordo, y no se cuenta con documentación escrita.
La ubicación del poblado es ciertamente estratégica: situado en una especie de anfiteatro que forman los riscos del Cerro, cuenta con una defensa natural por tres de sus cuatro lados; solo por la cara norte el acceso al poblado carece de dificultad. Y ha sido este acceso el que ha comunicado la población con el exterior y le ha permitido acceder a los campos de cultivo y a las zonas de pastoreo.
Una doble muralla, de la que queda casi completo el trazado, defendía el poblado. La más amplia, como sucede en algunos castros celtas, acogía en su recinto no solo a la población humana sino también al ganado, fuente importante de su economía. El ancho de este primer muro es de dos metros, lo que indica que tenía una finalidad claramente defensiva.
La entrada al primer recinto está perfectamente definida: dos grandes lanchas hincadas verticalmente abren el paso; en la del lado izquierdo se aprecia aún el hueco en el que apoyaba parte del cerramiento, acaso una tranca. El ancho de la puerta de acceso es de 3,35 metros.
La zona urbana queda dentro del recinto más reducido, a excepción de una vivienda que está en el exterior, a pocos metros del muro. Es un detalle interesante; esa vivienda bien podría ser un puesto de vigilancia, pues está ubicada en una pequeña elevación desde la que se divisa la entrada y se puede controlar la parte norte, de más fácil acceso al poblado.
Al igual que en el Cancho Gordo, también en el Cerro de la Cabeza la población disponía de un fuerte sistema defensivo. Incluso en las partes coronadas por los riscos y que cuentan con unas pendientes muy pronunciadas los posibles accesos aparecen cerrados por dos y tres muros escalonados. Este hecho revela que, como sucedía en lo alto de la Sierra, la población del Cerro estaba expuesta a serias amenazas, que la obligaban a vivir en permanente alerta.